La desigualdad de género también en Afganistán
Diario PERFIL, Defensora de Género
DOMINGO 22 de AGOSTO de 2021
La noticia de la recuperación del poder por parte de los talibanes a partir de la retirada de las tropas de EE.UU. sumió al mundo en un gran desconcierto y temor. En primer lugar, no se esperaba que llegaran tan rápido. Esto evidencia cómo los líderes mundiales y sus equipos desconocen o no toman en cuenta todas las posibilidades de reacción que generarán sus actos y conductas. No pueden decir que no estuviera en las posibilidades que esto ocurriera. La pregunta es: ¿programaron cómo responder a esto? Si lo hicieron, algo que es difícil pensar, no parece que lo hayan tenido muy preparado. Y allí radica la crítica que debemos hacer. Porque no son solo los talibanes los que respetan las normas que limitan los derechos de las personas, y especialmente las mujeres y niñas, a gozar de los mismos derechos que los varones en ese país. Ni que hablar de un grupo como la población LGBTQI+, que es negada en principio.
Hay que entender que la desigualdad de género que los talibanes mostraron en forma caricaturesca durante su gobierno preexistía en la sociedad y la invasión militar no pudo, ni quiso aparentemente, o no supo, cómo cambiar. Es cierto que se abrieron posibilidades a las mujeres y niñas de asistir a la escuela, a la universidad, a trabajar en tareas antes impensadas, a practicar deportes como el fútbol y crear una liga femenina, y a una mayoría de hombres, mujeres, niñez y adolescentes a usar teléfonos celulares y redes sociales.
Pero esto no significó que todas las mujeres y niñas se escolarizaran, ni que acabaran los matrimonios forzados prearreglados de niñas, ni que mujeres y niñas dejaran de ser abusadas y violadas, no solo por sus compatriotas sino también por las fuerzas de seguridad extranjeras. Tenemos que evitar idealizar la situación que se vivió en los veinte años de ocupación militar.
Hay que reconocer que una mayoría vislumbró posibilidades que antes no veía ni con los talibanes ni con los gobiernos previos. Esto es lo que debe preocupar a la comunidad internacional: ¿cómo posibilitar que estos cambios se vuelvan una realidad sin el uso de las armas? Allí radica la fuerza de las mujeres y niñas ahora. Emociona ver grupos de mujeres con la bandera nacional en las calles de Kabul y otras ciudades mostrando una identidad nacional que no acaba con todos los principios culturales y quiere cambiar algunos, esto se debe alentar.
En lo inmediato, hay que evitar la masacre y persecución de quienes corren riesgos reales, algo que está ocurriendo a pesar de los mensajes tranquilizadores que los talibanes en el poder verbalizan. Dicen que van a respetar los derechos de las mujeres y niñas según la interpretación islámica que realice un consejo de venerables. Necesitamos que el Alto Comisionado de Derechos Humanos supervise esto, porque los derechos humanos no tienen interpretaciones diferentes según las religiones o creencias políticas. También necesitamos que la ONU asegure la atención humanitaria urgente por la inseguridad alimentaria de la población afgana.
Ahora la presencia de las agencias de la ONU y de defensores de derechos humanos independientes es fundamental, para evitar que los gobiernos que van a negociar con quienes detentan el poder entren en acuerdos que permitan la persistencia de estas violaciones a los derechos humanos, especialmente de mujeres y niñas. Tenemos que pedir que se permita la salida de quienes corren riesgos, pero no podemos olvidarnos de la gran mayoría de mujeres y niñas, y personas de la diversidad, que permanecerán en el país y que debemos proteger y garantizar que puedan encontrar por sí mismas una nueva cultura que no las oprima dentro del respeto a sus creencias, sin hacer rígidos esos derechos ni imponerlos por la fuerza.
Ni la libertad ni la subordinación lograda con las armas es duradera, difícil de entender en un mundo que privilegia el armamentismo.